Aprovechando que me encuentro de vacaciones, voy a retomar
el blog con una entrada de cierto cariz filosófico, dando unos “pespuntes,” a la figura del CEO, cuyas
aparentes diferencias respecto al más común de los mortales, me han llamado
siempre poderosamente la atención.
CEO es el acrónimo de la expresión inglesa “Chief Executive Officer,”, y con ella
se denomina al Director Ejecutivo, al máximo responsable de una gran empresa.
Bien es cierto que por cuanto se aprecia en Linkedin todo el
mundo se autodenomina así, independientemente del tamaño de la firma,
observándose casos incluso sonrojantes.
Y aunque suena bien y con el máximo respeto a los CEO
dedicados a “sus labores,”, en la
presente me referiré al ejecutivo delegado, jefe ejecutivo, presidente
ejecutivo, principal oficial ejecutivo, en definitiva a la máxima
autoridad de la organización empresarial.
Un colega hablándome hace poco de uno, conocido común, me
adveraba que la empresa que dirigía había sido vendida finalmente a una firma
de capital riesgo, por haberse demostrado aquél incapaz de remontar su negativa
marcha.
Tratándose de una mercantil muy representativa, me he
dispuesto a realizar una búsqueda en Google, convencido de encontrar noticias
sobre la referida compraventa y sus condiciones.
Efectivamente ha sido así. La información es suficientemente
amplia para satisfacer mi curiosidad.
Y navegando, navegando, he encontrado un vídeo de hace unos
meses que me ha hecho sonreír. Este CEO decía que su compañía, siendo ya los
bancos sus accionistas principales sin más remedio, había recibido de ellos una
última inyección económica vía préstamo.
Refiriéndose a ella, decía: “la estamos utilizando para
invertir en precios,”. ¡Toma ya! ¡No es que la empresa esté quebrada!
No es cierto que la empresa sea incapaz de generar beneficios a los precios de
sus competidores; precios que se ve obligada a mantener so pena de salir
automáticamente del mercado.
Los CEO son verdaderos prestidigitadores, y rindiéndome a
la evidencia he de reconocer que cuanto menos ocultan el “truco,”, menos se ve.
Otro CEO al aterrizar en una empresa y buscando estimular a
la masa laboral dijo: “vamos a cambiar de modelo de negocio,”.
A los pocos meses se comprobó que el modelo continuaba siendo el mismo, y que
lo único que cambiaron fueron los acólitos que ocupaban los puestos claves y
cercanos a él.
Esto sucede en el mundo de la empresa con mucha frecuencia.
Así que no se ilusionen los recién llegados, ya que arengados pueden dar un
paso en falso.
El CEO debería ser más sincero para que los curritos sepan
a qué atenerse: “No vamos a cambiar el modelo de negocio, vamos a cambiar de amigos,”.
E incluso podría añadir: “… y si tú no eres amigo, por lo
menos no te muestres como enemigo,”.
Esa es la segunda parte de la primera regla. Es así, en la
realidad el desempeño en la gran empresa se convierte en un “vive y deja vivir,”. La capacidad y el
mérito no son valores que se remuneren.
Motivo por el cual a los puestos de responsabilidad no
llegan los mejores, sino los que tienen más “aguante,”.
Y cuando lo hacen esperan de sus inferiores que les rindan la misma pleitesía
que ellos profirieron a sus superiores.
Es curioso que como abogado nunca me ha ocupado el despido
de un CEO. Tampoco a compañeros que conozca. Sí he tenido multitud de despidos
de Alta Dirección, directivos de esa “segunda
línea,” a quienes un cambio del Director General les coge con el “pie cambiado,”, antojándose su puesto
sugerente a potenciales ocupantes más afines al nuevo mandamás. Pero de un CEO
nunca he llevado una reclamación.
Entiendo que será debido a sus poderes absolutos, a su
capacidad de “blindarse,”, de
determinar él mismo sus condiciones laborales. De suerte que teniendo todo “atado y bien atado,”, resulta estéril
tratar de evitar pagar la suculenta indemnización en caso que se prescinda de
sus servicios.
Por otra parte al CEO tampoco le interesa hacer ruido
pleiteando. Seguro le espera un nuevo desempeño en otra empresa de
parangón, aún habiendo arruinado la anterior, o incluso un sinfín de ellas.
Los CEO se conforman por tanto como una verdadera élite.
Ellos mismos se protegen unos a otros y aseguran su supervivencia. Determinan
quién puede y quién no puede ingresar en su selecto club.
Es claro que sus intereses difieren incluso de los propios
de los accionistas, pero eso es lo de menos. Se creen necesarios. Y nuestro
sistema ha avalado esa gran mentira.
A los accionistas les darán el beneficio que estimen
oportuno (cuando lo den). Siempre dejarán un cierto margen de mejora para el
año siguiente, el cual garantice “per
se,” su continuidad.
De otro lado, los fracasos siempre serán relativos o
relativizados. Nunca serán los culpables de una marcha empresarial negativa;
para eso habrá una corte de directores de departamento a los cuales culpar,
quienes además habrán traicionado su confianza. Y es que el verdadero trabajo
del CEO consiste precisamente en saber vender su trabajo.