Existen profundos lazos entre Canarias y Venezuela. No en
vano allí emigraron miles y miles de canarios en tiempos de dificultad, muchos
de los cuales aún permanecen allí, o lo hace su descendencia. Por eso se
denomina a aquel país afectivamente como “la
octava isla”.
En lo personal mis lazos se intensifican, ya que mi esposa
es hija de emigrantes. Nació allí, aunque su crianza tuvo lugar en un “hogar
español”, con educación y valores patrios.
Digo esto por cuanto en aquel país nunca se aceptó bien al
inmigrante. Se le rechazó despóticamente, teniendo que soportar continuamente
un término con el que se le trataba de insultar y vejar: “musiú,”.
Nada que ver con la cálida acogida que hoy por hoy damos en
España a los venezolanos, a quienes hacemos extensibles todos nuestros derechos
y prestaciones desde el primer momento, mirando para otro lado cuando incluso se abusa.
No obstante, he visitado en varias ocasiones Venezuela, y
sólo puedo decir que me parece un país entrañable que atesora una
incuestionable riqueza a modo de recursos naturales.
Por todas estas razones y alguna más, me permito la osadía
de opinar sobre el reciente proceso electoral, el cual ha venido a suponer un nuevo
revés para la oposición a Chávez.
Hace ya una semana de los comicios. Ha sido ajetreada, al
ocuparme un juicio en Madrid, con el obligado desplazamiento. No he tenido por
tanto mucho tiempo para hacer un seguimiento profundo a las conclusiones de
medios de comunicación y grupos de interés.
Si bien percibo que la autocrítica ha brillado una vez más
por su ausencia, dando paso a un derrotismo que augura los peores resultados en
las elecciones de gobernadores que ocuparán en Diciembre.
El título de este artículo no es gratuito. Desde mi humilde
punto de vista, las elecciones, unas tras otras, no las gana Chávez, sino que
las pierde la oposición al no corregir su estrategia electoral.
El procedimiento siempre es el mismo. Buscan un candidato
susceptible de ser infiltrado en las clases más desfavorecidas, supuestos votantes
naturales del oficialismo.
Se le pone una “franela,”
(camiseta) de color distinto al rojo con el que se identifica al chavismo (amarillo
para Capriles), y a partir de ese momento su única misión será seducir a esos “ignorantes,”, cuyo destino debe ser
decidido por los más preparados, lo que justifica moralmente el engaño.
En el caso de Capriles había un factor adicional que venía a
sumarse en aras de facilitar la persuasión: preso político del oficialismo,
podía hacer gala de cierto victimismo.
Ante él los “zopencos,”
estaban por fin obligados a rendirse. Se acuñó un término incluso para
definir a estos “torpes conversos,”.
Serían los “chaca-chaca” (chavistas
convencidos por Capriles).
Sólo quedaba comenzar a lanzar mensajes apocalípticos y
abusar de la comparación. “Hay un camino”,
fue el lema de campaña.
Pero los “chaca-chaca,”
no actuaron conforme a lo previsto (o sí), y Chávez pasó por encima sobre el
nuevo candidato.
Nadie analizó los negativos resultados de los anteriores comicios del 2006
en los que el candidato vencido fue Manuel Rosales. Y nadie lo hace ahora, por
lo que cabe presuponer que el guión será el mismo dentro de seis años.
Las elecciones no se ganan con marchas, en las que los
votantes pretenden medir sus fuerzas, anticipando la victoria de aquél que
tenga la cola más grande (de personas, claro).
Tampoco soluciona nada hablar de “trampa,”. Menos aún cuando la victoria es legítima, al tiempo que
son llamados numerosos observadores internacionales, mientras la Comunidad internacional aguarda
cualquier atisbo de “tongo,” para
entrar como un elefante en una cacharrería.
Chávez no gana, la oposición pierde. Lo hace
sistemáticamente, por no abandonar su invariable guión.
Ésta no soporta al Presidente. Lo mira por encima del
hombro. “No es más que un simio,”, se
dice. Lo desmerece y por tanto lo subestima. Creen que disfrazando a un “sifrino,” (pijo), como él pero con
diferente color, ya es suficiente para embaucar a los ingenuos.
Una vez que se conoció el resultado electoral, las redes
sociales manifestaron dos comportamientos por parte de los vencidos. La mayoría
se sumió en el silencio. Otros, llenaron facebook y twitter de insultos y
lindezas contra las clases más bajas, cuya ignorancia entienden que nutre la “dictadura democrática,” de Chávez. “Monos,”, “simios,”, “tierruos,”, “marginales,”,
(…), eran algunos de los obsequios lingüísticos. Como el engaño no había
funcionado, era el momento de llamar las cosas por su nombre.
Déjenme compartir con ustedes unos números que he esbozado,
en sustento de una teoría propia, una posibilidad que curiosamente no he visto
tratada por los medios de comunicación. Tan sólo en “El Mundo” leí unas “puntadas
al aire,”.
En Latioamérica el trabajador del Sector Público tiene notas
características bien distintas respecto a lo que aquí conocemos. Allí prima el
clientelismo, de manera que el personal es sustituido en bloque tan pronto como
el gobierno de turno cambia. Es el “quítate
tú para ponerme yo,”.
De otra parte, la consideración social de estos trabajadores de lo
público no es nada buena. Se les presupone mal preparados, conformistas,
interesados, corruptos y con poca iniciativa personal. Son por tanto
defenestrados, negados por la empresa privada cuando buscan en ella su
recolocación.
En buena lógica, siempre votarán a favor del partido que le
haya colocado en la
Administración, en aras de conservar su puesto de trabajo.
No es que la revolución bolivariana haya calado hondo en la
estructura institucional del país. Es más apropiado decir que el oficialismo
controla todo el “aparataje,”. No
existe división de poderes ni independencia.
Los opositores en las escasas ocasiones que se entretienen
en este apartado, en realidad de crucial importancia, se limitan a criticar que
los empleados públicos son obligados a ir a las marchas y a votar. Quieren
pensar que en el momento de votar, dado que el voto es secreto, se rendirán a
la evidencia que el chavismo tiene que irse y actuarán en consecuencia.
Nada más lejos de la realidad. Harán cuanto sea necesario
por el mantenimiento de su “status quo,”,
aún cuando el Gobierno desarrolle políticas con las que puedan no estar de
acuerdo. Pero el plato de comida en casa, es lo primero.
Chávez ha cuadruplicado en su mandato el tamaño del Sector
Público. En 2011, 2.321.732 trabajadores se incardinaban en él.
Supongamos que un 90% vota por el chavismo, estimación nada
temeraria.
Quitemos esos 2.321.732 de trabajadores al total del censo,
que vendría a situarse en 16.285.066 personas.
Con el mismo nivel de participación (80,67%) habrían votado
13.137.162 venezolanos.
Restemos a Chávez el 90% de los 2.321.732 (corregidos con el
80,67% de participación), con lo que habría tenido 6.451.316 votos. Y a
Capriles el 10%, con lo que obtendría 6.312.280 votos.
El oficialismo continuaría ganando las elecciones aún cuando
ningún empleado público votase. Pero a la oposición le faltarían tan sólo
139.037 votos para alzarse con la victoria.
Dicho ejercicio matemático demuestra que sin tener en cuenta el "voto cautivo," de los empleados públicos, efectivamente el
país se encuentra dividido a partes iguales, y es de suponer que efectivamente,
son los estratos sociales más bajos los que apoyarían la revolución
bolivariana.
Pensemos por un momento que en Venezuela los trabajadores de
la Administración
fuesen funcionarios como aquí. Que tuvieran garantizada su inamovilidad. ¿Me
siguen?
Entonces no les preocuparía tanto quién ganase las
elecciones, ya que su puesto de trabajo no se vería amenazado. Si así fuera,
Héctor Capriles Radonski sólo tendría que convencer a 139.037 empleados
públicos más, que le dieran su confianza. ¡Esto es sólo un 6% de dicho
colectivo!
Dígame entonces el lector, que estrategia sería más positiva
de las dos alternativas posibles: la primera, continuar insistiendo en captar “chaca-chacas”, siendo necesarios
1.637.389 de “conversos,”. La
segunda, tratar de infundir confianza y tranquilidad a los trabajadores de lo
Público, prometiéndoles continuidad, ello para lograr 139.037 votos más.
Personalmente se me antoja preclaro. En el primer caso los
aspirantes chocarán una y otra vez con el escepticismo de los más
desfavorecidos, quienes siempre percibirán la actuación como un acercamiento
torticero, poniéndose a la defensiva.
Es más fácil lo segundo, ya que todos tienen las mismas
preocupaciones. Y tras la primordial de la conservación del puesto de trabajo,
de índole personal, se alza el problema generalizado de la inseguridad
ciudadana, que afecta a todos los venezolanos por igual. Amenaza continua
contra la integridad física y/o la vida ante la que el Presidente se ha mostrado
indolente o incapaz cuando menos.
Siéntense. Echen números. Estudien. Programen. Diseñen. Pero sobre todo, nunca, nunca más traten de imitar a Chávez. No quieran ganarle a su juego. No se pongan más una camiseta. Tampoco el chándal de Venezuela vale. Mejor un traje y una corbata. Díganle a su pueblo: "No vamos a tratar de confundirles ni de engañarles. No nos hace falta. Nosotros estamos mejor preparados y somos capaces de ofrecerles algo diferente,".