Como el resto de conciudadanos me quedo absolutamente
perplejo con las medidas acordadas de ayuda a los bancos, mientras que el resto
de la sociedad lo pasa verdaderamente mal.
Como abogado en particular, me da miedo pensar que los
jueces se contagien de esa pretendidamente común convicción sobre la necesidad
de salvar a las entidades bancarias.
No quiero decir con esto que personalmente aspire a un papel
protagonista agitando el estandarte de los antisistema. Pretendo que se
comprenda que con frecuencia intervengo en procesos judiciales frente a los
llamados “acreedores profesionales,”, y que me aterroriza pensar que quienes
tienen la capacidad de reinstaurar el “deber ser,” se sientan tentados o
influenciados para no hacerlo.
Ello no significa que no reconozca el derecho de los bancos
a perseguir la recuperación de sus impagos. Es legítimo en una economía de
mercado. Lo que rehúso es a reconocerles una “patente de corso,”, un trato de
favor justificado en la subsidiaria socialización de las pérdidas en caso que
sus negocios deriven en fiasco.
Y lo cierto es que nuestro ordenamiento y jurisprudencia han
resultado ser históricamente condescendientes con ellos. Salvo la Ley de Azcárate, también
conocida como “ley de la usura,”, promulgada en 1908 por un diputado
republicano, pocas afrentas ha afrontado el sector bancario. Ley de
sorprendente aplicabilidad y plena vigencia, todo sea dicho.
Puestos a pedir si salimos de esta crisis, modestamente me
conformaría con que la
Sociedad se convenciese que el director de la sucursal de turno
no es un amigo. Él se limita como buen asalariado a comercializar productos que
ni siquiera entiende (vgr. swaps o participaciones preferentes), llevando a los
clientes al engaño suficiente para suscribirlos, revestido por su innegable
ingenuidad.
De otra parte, me gratificaría que la nueva generación de
emprendedores que esté por venir, rehúse avalar personalmente los empréstitos
de su negocio. Que se negara a “entrar al trapo,”, cuando bancarios que no
banqueros, le provocaran con frases del tipo: “¿es que no crees en tu empresa?
¿Entonces cómo quieres que creamos nosotros?”.
Todo proyecto empresarial se ve afectado por una serie de
factores sobre los cuales el emprendedor carece de control alguno o previsión
de cualquier tipo. Desde atentados terroristas que contraen el comercio mundial
hasta la explosión de burbujas artificiosamente creadas.
También me gustaría que los empresarios al fracasar su
empresa no bajaran los brazos y se limitasen a recibir golpe tras golpe de
administraciones y acreedores financieros.
Siempre lo he dicho, España es un país que no favorece en
modo alguno el emprendimiento, pero es un gran lugar para arruinarse. Haciendo
las cosas bien claro está, y utilizando todas las herramientas legales a
disposición, tales como el Concurso de Acreedores.
Desgraciadamente hasta quebrar cuesta dinero, y raras veces
se reserva el capital necesario. En otro caso no pocos fallidos podrían volver
a empezar una nueva aventura empresarial.
Decía antes que leyes y resoluciones judiciales dejan poco
margen de maniobra en sede judicial para alzarse contra una entidad bancaria. Es
obligado decir que ganar a un banco en proceso es muy complicado. Lo cual no
significa que no sea posible, sino que si pretende hacer hay que tener dos
cosas muy claras:
1º) Muchas de las claúsulas de un contrato bancario pueden
ser declaradas abusivas, si bien no podremos alegarlo en fase de ejecución,
cuando hayamos hecho dejación de pagos. Debemos ser proactivos e iniciar el
declarativo correspondiente.
2º) En fase de ejecución son tasados los motivos de
oposición. Ello al tiempo que suelen disgustar a los jueces, quienes se
predisponen entendiendo que se abusa de aquéllos premeditamente. Procuraremos entonces
disparar un tiro certero, cual francotirador. Y si éste no fuera posible,
desestimar la idea, ya que en otro caso las costas pueden ser cuantiosas.
Ahora bien, cuando el disparo se antoje preclaro, no lo
dude, dispare. No elucubre con qué tipo de juez le puede dar o no la razón.
Ciertamente nuestra justicia dista mucho de ser divina e infalible, pero por
nuestros tribunales discurren diaria y sistemáticamente miles y miles de
procedimientos judiciales instados por los bancos en persecución de particulares
y empresas, de suerte que por pura estadística los juzgadores prestarán
especial atención a posturas que se enfrenten con cierto fundamento.
Y es que los bancos llegan a creer que su simple
manifestación sobre el importe debido es más que suficiente. No en vano
realizan a su antojo anotaciones y cargos en cuenta. Pero cuando salen de su
cubil solicitando el amparo judicial, litigan en condiciones de igualdad, de
suerte que la prepotencia se paga.
La
Resolución que enlazo a continuación es un claro ejemplo de
cuanto vengo diciendo. No sólo es gratificante porque me la notificasen el
primer día de vuelta al trabajo, o porque doblegar a un banco siempre conlleve
una especial satisfacción. Es especial por cuanto compruebo que aún nuestros
jueces siguen siendo independientes y no se dejan influenciar por la sugerencia
política de socialización de las pérdidas bancarias.
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