Con el incremento del desempleo en Canarias, han sido muchos
los que han vuelto su mirada al campo tratando de proveerse de un “ingresito,”.
En zonas rurales es muy frecuente contar con algún familiar o conocido que ceda
un trozo de tierra que sirva siquiera para sembrar papas ("patatas," en refinado
castellano).
¿Por qué papa? Es relativamente sencillo su cultivo, pronta
la recolecta y se consume en todos los hogares de forma cotidiana, entre otras
muchas razones.
Sin embargo, lejos de ofrecer réditos, lo único que esta
actividad genera es endeudamiento. Veamos por qué.
El aspirante a agricultor acude a esta posibilidad como
último recurso, careciendo usualmente del más mínimo ahorro. Saca entonces a
crédito la papa de siembra y “los líquidos,”, tal y como comúnmente se conoce a los herbicidas
y pesticidas necesarios.
El “papero,”, distribuidor de la zona, les fía
encantado los útiles con dos compromisos: el primero, todas las papas que
recolecte se las tienen que vender a él. Segundo, en cualquier caso si con el
producto obtenido no se salda la deuda, el faltante deberá ser saldado en
metálico.
La propuesta parece tan razonable como patente la
generosidad del almacenero. Se acepta por tanto.
El problema surge cuando se saca la papa nueva y llega el
momento de venderla. El “papero,” ofrece entonces un precio ventajista que en
modo alguno cubre los costes en los que se ha incurrido. Ni siquiera el de los
materiales que le habían sido comprados.
Es el precio que hay y es de obligada aceptación. El
agricultor tendrá que pagar la diferencia y/o quedará debiendo.
Pueden darse dos posibilidades a lo largo de la campaña.
Una, que alguna plaga arrase con el producto, lo que tendrá efectos económicos
devastadores. Dos, que sea una excelente campaña, lo que hundirá los precios
por el exceso de oferta, escenario aún más perjudicial.
Y en todo caso el producto deberá ser recogido, ya que la Administración no
permite dejarlo abandonado en el campo, so pena de imposición de elevadas multas.
Se verifica por tanto una verdadera situación de esclavitud,
posibilitada por el crédito sin más.
Ayuda a ello la prohibición de importar papa instaurada por
el Gobierno local, convirtiendo este mercado en impermeable y sujeto a los
designios de determinadas manos fuertes del sector.
Algún lector quizá piense que el culpable es el agricultor,
quien ni siquiera atesora unos mínimos “ahorritos,” que le permitan iniciar la
actividad pagando de contado los materiales precisos y con ello conseguir su
independencia comercial y financiera.
No sería correcta dicha apreciación. En ese caso el
almacenero accederá inicialmente a venderle los insumos, pero más tarde no le
comprará el producto obtenido. Como mucho le ofrecerá el mismo precio
oportunista que aplica a sus clientes cautivos.
Conocedores del sector agrícola dirán que el abuso del distribuidor
se frenaría con el cooperativismo. Que la devastación debida a plagas se
subsanaría con seguros. O que la caída del precio debida a una sobreproducción mengua con retiradas de producto.
Llevaría razón, pero estamos hablando de agricultores
ocasionales. De quienes buscan en esta actividad una salida a su maltrecha economía. Y es ahí donde quiero llegar, ya que ocurre lo mismo con los
consumidores en otros muy variados aconteceres.
Efectivamente, estas formas silenciosas de esclavitud han
existido y seguirán existiendo a lo largo de la historia. Sólo necesitan dos
ingredientes: la necesidad de uno y la ambición de otro. El crédito hará el
resto.
El ejemplo de la papa no difiere mucho del mercado inmobiliario,
por poner un ejemplo. Los bancos vendieron a mansalva inmuebles a consumidores ingenuos.
El precio fijado era fijado por ellos, ya que todos tenían tasadora propia. Y
tan sólo unos años después, llegaba la hora de “recolectar,”. El piso volvía a
manos del banco a un precio inferior (fijado igualmente por ellos), y el
hipotecado permanecía debiendo al banco la diferencia por los siglos de los
siglos. Sus futuros ingresos serían embargados, al igual que nuevos bienes que adquiriese. Desprovisto de herencias que pudieran beneficiarle. En definitiva sería
esclavo del banco eternamente.
Por otra parte, cuando la “mano negra,” decida que es
procedente una nueva campaña, volverá a crearse artificialmente la necesidad
que permita colocar los inmuebles “recuperados,” con pingues beneficios. Ello
sin conceder la libertad de los otrora hipotecados, ahora deudores cautivos.
En su insaciable ambición los bancos
disponen continuamente trampas para esclavizar: hipotecas, swaps, preferentes (…). “No es más rico el que más tiene, sino al que
más deben,”. Y cuando se “les va la mano,”,
ahí aparecen de inmediato sus “pistoleros,”, los políticos que recomiendan pero
en definitiva ordenan “socializar,” sus pérdidas.
Al igual que el cooperativismo puede ser la solución en el
campo, sólo la unión de la sociedad civil puede poner coto a la situación que
estamos viviendo. Ya lo dijo Gandhi: “en cuanto alguien comprende que obedecer
leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede
dominarle,”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por tu aportación. En breve procederemos a la publicación de tu comentario.