El cambio social sólo es posible con el cambio de las leyes

Rafael Linares Membrilla, abogado en Tenerife, tiene la humilde aspiración a través de este blog de crear un espacio sugestivo donde el fomento y la dignificación de la emprendeduría y del trabajo autónomo tengan un papel relevante. Al igual que la mejora de la Justicia y de todos los factores que se traducen en competitividad. No olvides dejar tus comentarios.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Sólo el crédito puede generar esclavitud



Con el incremento del desempleo en Canarias, han sido muchos los que han vuelto su mirada al campo tratando de proveerse de un “ingresito,”. En zonas rurales es muy frecuente contar con algún familiar o conocido que ceda un trozo de tierra que sirva siquiera para sembrar papas ("patatas," en refinado castellano).

¿Por qué papa? Es relativamente sencillo su cultivo, pronta la recolecta y se consume en todos los hogares de forma cotidiana, entre otras muchas razones.

Sin embargo, lejos de ofrecer réditos, lo único que esta actividad genera es endeudamiento. Veamos por qué.

El aspirante a agricultor acude a esta posibilidad como último recurso, careciendo usualmente del más mínimo ahorro. Saca entonces a crédito la papa de siembra y “los líquidos,”, tal y como comúnmente se conoce a los herbicidas y pesticidas necesarios.

El “papero,”, distribuidor de la zona, les fía encantado los útiles con dos compromisos: el primero, todas las papas que recolecte se las tienen que vender a él. Segundo, en cualquier caso si con el producto obtenido no se salda la deuda, el faltante deberá ser saldado en metálico.

La propuesta parece tan razonable como patente la generosidad del almacenero. Se acepta por tanto.

El problema surge cuando se saca la papa nueva y llega el momento de venderla. El “papero,” ofrece entonces un precio ventajista que en modo alguno cubre los costes en los que se ha incurrido. Ni siquiera el de los materiales que le habían sido comprados.

Es el precio que hay y es de obligada aceptación. El agricultor tendrá que pagar la diferencia y/o quedará debiendo.

Pueden darse dos posibilidades a lo largo de la campaña. Una, que alguna plaga arrase con el producto, lo que tendrá efectos económicos devastadores. Dos, que sea una excelente campaña, lo que hundirá los precios por el exceso de oferta, escenario aún más perjudicial.

Y en todo caso el producto deberá ser recogido, ya que la Administración no permite dejarlo abandonado en el campo, so pena de imposición de elevadas multas.

Se verifica por tanto una verdadera situación de esclavitud, posibilitada por el crédito sin más.

Ayuda a ello la prohibición de importar papa instaurada por el Gobierno local, convirtiendo este mercado en impermeable y sujeto a los designios de determinadas manos fuertes del sector.

Algún lector quizá piense que el culpable es el agricultor, quien ni siquiera atesora unos mínimos “ahorritos,” que le permitan iniciar la actividad pagando de contado los materiales precisos y con ello conseguir su independencia comercial y financiera.

No sería correcta dicha apreciación. En ese caso el almacenero accederá inicialmente a venderle los insumos, pero más tarde no le comprará el producto obtenido. Como mucho le ofrecerá el mismo precio oportunista que aplica a sus clientes cautivos.

Conocedores del sector agrícola dirán que el abuso del distribuidor se frenaría con el cooperativismo. Que la devastación debida a plagas se subsanaría con seguros. O que la caída del precio debida a una sobreproducción mengua con retiradas de producto.

Llevaría razón, pero estamos hablando de agricultores ocasionales. De quienes buscan en esta actividad una salida a su maltrecha economía. Y es ahí donde quiero llegar, ya que ocurre lo mismo con los consumidores en otros muy variados aconteceres.

Efectivamente, estas formas silenciosas de esclavitud han existido y seguirán existiendo a lo largo de la historia. Sólo necesitan dos ingredientes: la necesidad de uno y la ambición de otro. El crédito hará el resto.

El ejemplo de la papa no difiere mucho del mercado inmobiliario, por poner un ejemplo. Los bancos vendieron a mansalva inmuebles a consumidores ingenuos. El precio fijado era fijado por ellos, ya que todos tenían tasadora propia. Y tan sólo unos años después, llegaba la hora de “recolectar,”. El piso volvía a manos del banco a un precio inferior (fijado igualmente por ellos), y el hipotecado permanecía debiendo al banco la diferencia por los siglos de los siglos. Sus futuros ingresos serían embargados, al igual que nuevos bienes que adquiriese. Desprovisto de herencias que pudieran beneficiarle. En definitiva sería esclavo del banco eternamente.

Por otra parte, cuando la “mano negra,” decida que es procedente una nueva campaña, volverá a crearse artificialmente la necesidad que permita colocar los inmuebles “recuperados,” con pingues beneficios. Ello sin conceder la libertad de los otrora hipotecados, ahora deudores cautivos.

En su insaciable ambición los bancos disponen continuamente trampas para esclavizar: hipotecas, swaps, preferentes (…). “No es más rico el que más tiene, sino al que más deben,”.  Y cuando se “les va la mano,”, ahí aparecen de inmediato sus “pistoleros,”, los políticos que recomiendan pero en definitiva ordenan “socializar,” sus pérdidas.

Al igual que el cooperativismo puede ser la solución en el campo, sólo la unión de la sociedad civil puede poner coto a la situación que estamos viviendo. Ya lo dijo Gandhi: “en cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle,”.

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